¿Quién hubiera
imaginado a Verne como un político “de izquierdas”? En 1988 se cumplió,
justamente, el centenario de tan insólita actividad. En mayo de 1888, Julio
Gabriel Verne Allotte sorprendía a propios y extraños, presentándose a las
elecciones de la ciudad francesa de Amiens, donde residía desde 1871. Y lo
hizo, para escándalo de su burguesa familia, por una lista “ultrarroja”, al
socaire de los republicanos progresistas. Y Verne arrasó: en la segunda vuelta
conseguiría 8.591 votos, de los 14.000 que integraban el electorado. Las
verdaderas motivaciones que le llevaron a la concejalía no tuvieron jamás un
tinte político. Sus biógrafos lo han recogido una y otra vez:
Gabinete de
trabajo de Julio Verne. Junto a la mesa, una humilde cama. (Cortesía del Centro
de Documentación Jules Verne)
“Sólo me interesa servir a la sociedad, mejorar la ciudad, impulsar la
instrucción y las Bellas Artes.; Y así lo hizo. El Verne concejal- reelegido en
1892, 1896 y 1900- potenció el teatro, consiguió becas para la Escuela de
Medicina, mejoró el trazado de Amiens y llegó a construir un espléndido circo
que todavía puede admirarse.
Pero, quizá, una de las más desconocidas facetas de Julio Verne fue la de
viajero. ¿Cuántas veces he oído comentar que el autor de La vuelta al mundo en
ochenta días sólo viajó en sueños y desde su gabinete de trabajo? Nada más
incierto y peregrino.
Entre 1857 y 1884, es decir, en un total de veintisiete años, llevó a cabo diez
grandes cruceros y un sinfín de viajes “menores”. Su frustrada vocación
marinera no resultaría tan frustrada...
Su
pasión por la mar era tal que, en el referido año de 1857, recién casado con
Honorine de Viana, no dudó en abandonarla, para emprender su primer gran
periplo: Escocia. Más aún: en 1861, con su esposa en avanzado estado de
gestación, tampoco lo dudó y, haciendo caso omiso de las lógicas protestas, se
embarcó de nuevo, rumbo a Escandinavia. El crucero resultaría abortado por un
súbito cable de su mujer, reclamándole. Verne llegaría a tiempo de ver nacer a
su único hijo, Michel. Después, merced a los dineros de sus primeras y
triunfantes novelas, haría realidad otro de sus sueños: la compra de un barco.
El San Michel atracado en Crotoy, le llevaría a Inglaterra, al mar del Norte y
a numerosos puertos de la costa francesa. A bordo de este pesquero reformado
concebiría su novela Veinte mil leguas de viaje submarino, llegando a
escribirla, incluso, mientras navegaba. Nemo, por tanto, “nacería” en el mar...
Pero aquel barco pronto se le quedaría pequeño. Verne ansiaba cruzar los siete
mares. Y en 1876, a los tres meses de su cuadragésimo octavo cumpleaños, Julio
Gabriel Verne Allotte adquiere un segundo yate: el San Michel IL Para esas
fechas, el inquieto navegante ya había visitado Estados Unidos, en compañía de
su hermano y confidente, Paul.
En
marzo de 1867, en efecto, a bordo del gigantesco trasatlántico Great Eastern,
los hermanos Verne se dirigen a Nueva York. Y durante veinte días recorren la
Costa Este y la frontera con Canadá. De todas estas experiencias nacerían
después muchas de sus novelas. Con el segundo Michel se aventura de nuevo en el
mar del Norte, Inglaterra... Y en 1877 “tira la casa por la ventana”,
gastándose 55.000 francos en un tercer y soberbio yate: el San Michel III; un
velero de dos palos, con motor de cien caballos y treinta y tres metros de
eslora. Es la época de sus largos cruceros por el Mediterráneo. Por sistema,
Verne deja de trabajar en julio y navega hasta octubre. Así recorre las costas
de España (Vigo, Cádiz, Málaga), el norte de África, Malta, Italia..., siendo
recibido por el papa León XIII, en 1884. El clamoroso éxito de novelas como
Cinco semanas en globo, De la Tierra a la Luna, La vuelta al mundo en ochenta
días, etc., traducidas a numerosos idiomas, hace de estos cruceros una
permanente manifestación de gloria para el vanidoso Verne. Es agasajado en
Lisboa, Gibraltar, Túnez, Venecia... En 1885, sin embargo, misteriosamente,
Julio Verne malvende el San Michel III, ;dándose a volver a la mar. Su pasión
por los viajes desaparece y sólo a partir de ese momento “viaja con la
imaginación”. La razón de este drástico cambio pudiera ser la muerte de su gran
y secreto amor: una mujer afincada en París.
Caricatura de
Verne a los setenta años. (Henri Delaroziére)
He
aquí otro de los rasgos de la vida de Verne, desconocido por sus miles de
lectores. Julio Gabriel Verne nacido en Nantes un 3 de febrero de 1828, fue un
niño, un adolescente y un joven desgraciado . Tanto su padre,
Pierre, como la madre, pertenecían a familias burguesas.
El
padre de Verne, “ascético, católico a ultranza y maníaco del orden y la
puntualidad”, se negó a los fervorosos deseos de su” hijo primogénito, Julio,
de hacerse marino. El mayorazgo imperaba en aquella época y Julio Verne, así
fue sentenciado por Pierre, heredaría el despacho de abogado de su padre. La
frustración de Verne fue tal que, a los once años, se escapa de Nantes,
embarcándose en un buque, La Coralle, con destino a la India. Pero el “grumete”
es apresado en Paimboeuf -primera escala del barco- y conducido a
Nantes. Allí, su padre le azota sin piedad. Esa paliza sería el principio del
fin de las relaciones entre padre e hijo. Verne jamás le perdonaría su
intransigencia. Para colmo, Verne se enamora de su prima Carolina Tronon. Ésta
le rechaza y convierte la juventud de Verne en un infierno. Con el fin de proseguir
los estudios de derecho dolorosa imposición de Pierre Verne, Julio se instala
en París y comienza a alternar con los círculos literarios de moda. La boda de
Carolina con un “petimetre de Nantes” termina de hundirle en la desesperación.
Su vida amorosa quedará marcada para siempre. Finalizada la carrera, Pierre
Verne reclama a su hijo a Nantes. Pero Julio se niega. Lleva tiempo escribiendo
piezas teatrales, óperas cómicas y sainetes (la mayoría de escasa calidad) y no
desea perder la que es ya su verdadera vocación. Las tensas relaciones con su
padre sufren un nuevo deterioro: Pierre Verne le corta la pensión y el joven
escritor teatral se ve obligado a malvivir en París, dando clases de derecho.
Encuentra un empleo como secretario del Teatro Lírico y así “resiste” hasta
que, en 1856, con motivo de la boda de un amigo, se traslada a la ciudad de
Amiens, donde conoce a Honorine, una viuda con dos hijas de corta edad. Planea
fríamente su matrimonio con Honorine y decide casarse a principios de 1857. A través
de su cuñado consigue entrar en el mundo de la bolsa, haciéndose agente. Al
mismo tiempo, una vez instalados en París, sigue trabajando en sus “bagatelas
teatrales” y en la cimentación de un gran proyecto: la “novela de la ciencia”.
Pero su matrimonio resultaría un fracaso. Honoririe está más pendiente de las
fiestas y reuniones sociales que del “sueño” de Verne. Ese “sueño” consiste en
llevar el prodigioso mundo de los descubrimientos técnico-científicos, a los
que asiste el escritor en ciernes, a la literatura. Toda una aproximación del
hombre a la naturaleza, y viceversa, de la mano de la ciencia. Y a los treinta
y cuatro años, al fin, escribe su primera gran novela Cinco semanas en globo,
contagiado de la fuerte polémica existente entonces en Francia alrededor de la
aerostática. Pero el fracaso sigue tras él, implacable. Verne recorre quince
editoriales. “Quince necios”, según sus propias palabras. Al fin, merced a su
buen amigo Nadar, un fanático de los globos, Julio Verne entra en contacto con
Julio Hetzel, editor, que lee el manuscrito, recomendándole que lo corrija y
“que haga de aquello una auténtica novela”. “¿Sabe que tiene usted talento,
joven?”, le dijo Hetzel al despedirse. A principios de 1863, a punto de cumplir
los treinta y cinco años, Verne conoce el triunfo. La publicación de Cinco
semanas en globo es un éxito. Y Verne, eufórico, firma un contrato con Hetzel
por veinte años, a razón de tres libros por año. Algún tiempo después, esas
tiránicas exigencias del editor son aliviadas y convertidas en dos novelas
anual. El creador del capitán Nemo, de Hatteras y de los hijos del capitán
Grant deja su trabajo en la bolsa y se dedica de lleno a la literatura. En sus
cuarenta y dos años de vida literaria, Verne escribiría 65 grandes novelas, bajo
el título general de Viajes extraordinarios y un sinfín de obras
menores. Sus ganancias totales han sido calculadas en unos 60 millones de
pesetas. Su editor se embolsaría alrededor de 280 millones...
Hetzel, editor
de Julio Verne
En
julio de 1871,cansado de la superficialidad de su mujer, decide abandonar París
y se instala en la pequeña ciudad provinciana de Amiens, al norte. Es elegido
miembro de la Academia y comienza a padecer la tortura de un hijo, Michel,
“difícil y endemoniado”. El muchacho es recluido en un reformatorio y,
posteriormente, encarcelado y embarcado por su propio padre en un buque con
destino a la India. Dieciocho meses después, a su regreso, Michel, con la
oposición de Julio Verne, contrae matrimonio con una cantante, la Dugazón, a
quien abandonará dos años después para fugarse con una pianista de dieciséis
años. La atormentada vida del escritor se ve definitivamente destrozada en 1886
cuando, a la puerta de su casa, el hijo de su hermano Paul, Gaston, le dispara
dos tiros de revólver. Uno de ellos le alcanza en un pie, dejándole cojo para
el resto de su vida. El demente es encerrado en un manicomio y Verne entra en
una profunda crisis emocional, de la que jamás se recuperaría. A partir de
entonces su carácter se enturbia, convirtiéndose en un individuo huraño, que
sólo vive para su obra. En 1900, a las neuralgias faciales que padece desde su
juventud, se añade una notable pérdida de visión y varias crisis de diabetes
que, el 24 de marzo de 1905, acaban por conducirlo a la tumba. Condecorado con
la Legión de Honor, Verne recibe honores militares, siendo enterrado en el
cementerio de La Madeleine, en Amiens.
En
1895, entrevistado para el Strand Magazine, Verne negaba en redondo el
calificativo de “profeta de la ciencia”. “Todo es una simple coincidencia
-declaraba- Yo no he inventado nada...”
Honorine, esposa
de Verne.
Julio Verne negó siempre que fuera un “iluminado”. Sus novelas, afirmaba,
habían sido escritas en base a unos exhaustivos estudios de su tiempo y de los
numerosos inventos de la época. Personalmente no estoy del todo de acuerdo con
el creador del Nautilus. Es cierto que los primeros ensayos de navegación
submarina se remontan a finales del siglo XVIII, con La Tortue de Buslinel
(1776) y el Nautille de Fulton (1796”. Pero ¿qué decir de la navegación
subpolar? El Nautilus norteamericano que llevaría a cabo semejante hazaña
tendría que esperar al 3 de agosto de 1958...
Jules Verne con Honorine, su mujer. (Cortesía del Centro de Documentación
“Jules Verne”).
Verne llevaba razón, en parte. Todos sus libros fueron cuidadosamente
documentados. De la Tierra a la Luna, por ejemplo, contó con los cálculos
matemáticos de su primo Henri Garcet, pero la “visión” de Verne, en mi opinión,
fue genial. Hasta esos momentos, la conquista de la Luna, de la mano de
escritores como Luciano, Sorel, Cyrano de Bergerac o Alían Poe, sólo había sido
un intento puramente romántico. Verne daría el salto, adentrándose en el
posibilísimo científico. ¿Y qué decir de sus correcciones de trayectorias,
cohetes auxiliares y de su precisión en los puntos de lanzamiento y recogida
del “obús”? El astronauta Frank Borman, cuyo vehículo espacial cayó en el
Pacífico, a sólo cuatro kilómetros del punto señalado por Verne, llegaría a
manifestar: “No puede tratarse de simples coincidencias.”
¿Y
son “coincidencias” sus repetidas premoniciones sobre el nazismo, sobre el
futuro auge de Estados Unidos o sobre la creación de la bomba atómica? Yo
invito a los lectores a que se paseen por su novela Frente a la bandera.
Quedarán sobrecogidos. Y en La caza del meteoro (publicada en 1908), Verne va
mucho más allá. Anticipándose a Einstein, Bohr y Rutherford, uno de sus héroes,
Xirdal, asegura: “. . .por mucho que se descomponga [se refiere a la materia]
en moléculas, átomos y partículas, siempre quedará una última fracción por la
que se replanteará íntegramente el problema y su eterno recomienzo, hasta el
momento en que se admita un principio primero que no será ya materia. Este
primer principio inmaterial, es la energía”.
La Tumba de Julio Verne
Verne, hace ahora 126 años, hablaba ya de la conquista de los planetas. En este
sentido, las palabras del protagonista de su novela De la Tierra a la Luna, son
definitivas. Así se expresaba Ardan: “. . Se va a ir a la Luna, se irá a los
planetas, se irá a las estrellas, como se va hoy de Liverpool a Nueva York,
fácilmente, rápidamente, seguramente, y el océano atmosférico será pronto
atravesado como el océano de la Luna.” ¡Esto ocurría en 1865!
Por
supuesto, no todo fueron asombrosas anticipaciones. Julio Verne, tal y como
afirmaba, se aprovechó también de las ideas y hallazgos de otros. Por ejemplo,
del poeta y narrador norteamericano Edgar Alían Poe y de un folleto turístico
de la Agencia de Viajes Cook. Su gran novela La vuelta al mundo en ochenta días
nació precisamente así: de un cuento de Poe (“Tres domingos en una semana”)' y
de un anuncio
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